Musical Portraits de Deborah Feingold en Mondo Galería Madrid

MONDO GALERIA presenta por primera vez en España una exposición individual de Deborah Feingold, retratista americana pionera de la musicalidad en el retrato. Siempre cercana al mundo de la música cada una de sus imágenes lleva una cuidada construcción a base de ritmo y melodía volcados al color. Con su estilo ha conseguido domar a fieras de la talla de Keith Richards or Tom Wolf, así como crear diálogos íntimos con personajes menos hedonistas como Brian Eno o Sinead O´Connor. Su indiscutible trayectoria la hace hoy, con el paso del tiempo, una de las más importantes retratistas de la cultura pop a partir de finales de los 70´.

20 de los mejores retratos de Deborah Feingold convierten esta exposición en un paseo imperdible por las últimas décadas de un siglo (XX) que inventó la cultura popular y que convirtió a los músicos en grandes aspiraciones visuales más allá de sus talentos musicales.

LA MUSICALIDAD EN EL RETRATO

La musicalidad se relaciona con lo bello, lo estético y lo tangible de la música, pero también se refiere a aquello que nace dentro, lo que es inherente a la persona musical. Casi todos los buenos músicos, si observamos, llevan esa musicalidad en su persona. En su posturas, su andar, sus expresiones o el espacio que llenan. Esa musicalidad es la que capta Deborah Feingold con su cámara.

Si bien consciente de la presencia de esa cámara, el retratado aparece jugando, creando, negociando su imagen con la fotógrafa. Pese a que las composiciones son a veces complejas, la naturalidad es lo que prima siempre, extrañamente, dentro de estos momentos construidos al milímetro. Y allí se ve la experiencia, una fotógrafa que sabe preparar su tela de forma que al momento de disparar es la improvisación lo que prima, la soltura, la fluidez del momento y del encuentro. Y en esto se comporta totalmente como un músico de Jazz. Miles Davis (con quien Deborah tuvo oportunidades de coincidir) no improvisa sobre un campo abierto vacío, el rey del bip bop al igual que su amigo Coltrane o muchos otros, improvisan sobre una melodía concreta, una vez absorbida y asimilada, es cuando pueden armarla y desarmarla innumerables veces, deshacerla, diseccionarla y siempre volver a ella como si nada hubiese sucedido. En la imagen hay un factor tiempo que es irreversible, pero ese es el que acaba creando una buena fotografía. Ese: no podía ser ni medio segundo antes ni medio después. Hay un momento exacto que es el que hace la fotografía y ese momento en el retrato es un momento de confluencia entre el fotógrafo y el fotografiado, un instante supremo que queda grabado en la placa y es el resultado de todos los ingredientes que fueron cuidadosamente preparados para esa imagen, sumados a la improvisación del momento y unidos por una amalgama de tiempo y magia que es lo único que puede cerrar una imagen como estas. Luego vendrá con los años el análisis, la época, en quiénes se han convertido los retratados o si una imagen se ha convertido o no en icono, pero, lo importante, lo imprescindible, estás allí latente desde el instante del disparo.

 

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